El día me recibió de celeste esa mañana. La luz penetro en mis ojos como agua en agujeros. Tus recuerdos perforaron mi mente, hasta ese momento virgen de recuerdo alguno.
Mis oídos se fueron amoldando a tus palabras, esas que jamás volveré a oír, y se fueron enamorando de tu voz.
Mi piel te llama. Extraña tus caricias a toda hora, tus besos sin final y el eterno roce, que alguna vez fue inmaduro, de tu boca al pasar.
Mi boca ya no siente tu sabor, no lo encuentra en ningún lado. Sos como el mejor y peor dulce.
Tú aroma. Tu aroma a tiernos jazmines que llenaban mi días de preciosos colores. Era como estar ahogado en un mar de flores, donde tú y tu aroma eran mi orgullo.
Luego, y para terminar, amaba verte. Eras la mejor obra, la única que tenia cerca de mí y a la cual admiraba horas y horas. Podía estar un día entero sin sacarte la mirada de encima. Creo que hablar de amor ahora seria raro. Estaba, simplemente enceguecido.
Agudizaste mis sentidos de formas nuevas, me hundiste en pozos inexactos e infinitos.
Me vuelvo aire, para poder estar a tu lado. Me vuelvo luz, para verte siempre.
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