Mi mirada la perdió entre las luces que entraban por el gran ventanal que daba al jardín.
Su cuerpo como un poema se fue desenvolviendo de forma abrupta sobre la cocina que marchitada de otoños todos los días nos recibía. Después de dos sonrisas, mi cuerpo se volvió vulnerable a su fina voz que me arropo como si hiciera frió...pero no lo hacia, aunque no me queje.
Y lentamente nos evaporamos en los suburbios de la noche que llego temprano.
Nos acomodamos en algún lado, lejano de seriedad para reírnos...y casi llorar.
Para regocijarnos con nuestra locura y los acordes.
Después no te encontré.
Y yo tampoco a mi.
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